La dulcería se llamaba “De los deseos” y solo aparecía en el callejón “De la esperanza” cada primer viernes de marzo. La gente que se había topado con la tienda la describían como un lugar de otro mundo, empezando por el dueño; un anciano misterioso de ojos verdes color esmeralda detrás de unos grandes anteojos negros, una larga barba blanca, vestía una chaqueta color negro y un pantalón azul oscuro, y siempre parecía impecable; por otro lado, la tienda parecía antigua, pero ordenada, con estantes del piso al techo, miles de frascos de dulces de todos colores, formas y tamaños colocados uno tras otro. Se decía que el lugar era mágico y que el dueño que atendía era un mago con la habilidad de crear dulces mágicos que podían conceder cualquier deseo.
Los dulces eran exquisitos, y costaban $6,66, sin embargo, no eran dulces ordinarios, ya que tenían la capacidad de conceder deseos a la persona que se los comiera. Pero había ciertas restricciones en ellos.
Leo solía ir a su escuela en autobús, pero ese día Leo gastó de más y no le alcanzó para tomar el autobús, “¡Maldición! Porque nunca me alcanza el dinero, desearía ser rico para no tener que pasar por estas situaciones” exclamaba refunfuñantemente.
A Leo no le quedó otra opción que caminar a su casa. No era un problema para él, ya que sabía atajos por los callejones de su ciudad para ir a casi cualquier lado.
Mientras caminaba, iba pensando por donde ir para cortar el camino y llegar lo más pronto a su casa, ya que el día había sido agotador. Pensó que era buena idea descubrir nuevas rutas, y decidió ir por un callejón al que no solía transitar frecuentemente, era el “El callejón de la esperanza”.
Mientras lo transitaba le llamó la atención una extraña tienda que no había visto nunca, en la entrada había un letrero de madera que decía: “De los deseos”, tal fue su interés que decidió entrar, se sorprendió al darse cuenta de que era una dulcería, vio a su alrededor una gran cantidad de dulces de todos colores, tamaños y formas. Pensó que era buena idea gastar los últimos centavos que le quedaban, se puso a contar su dinero y solo le quedaba la cantidad de $6.66.
De inmediato se puso a examinar los dulces buscando el precio de alguno que le pudiera alcanzar con lo poco de dinero que traía, pero extrañamente ningún dulce tenía precio, se dirigió al dueño de la tienda y le preguntó:
—¿Con $6.66 que dulce puedo comprar? No veo precio en ninguna parte. —decía Leo con esperanza de poder obtener algo con ese dinero.
—Todos los dulces cuestan tan solo $6.66 —le contesto el anciano de barba blanca detrás del mostrador.—
—¿Todos cuestan lo mismo? Es mi día de suerte, justo traigo esa cantidad. —exclamó Leo sorprendido mientras miraba con detenimiento unos dulces que estaban en el mostrador.—
—Así es amiguito, todos cuestan lo mismo, —replicó el anciano.— así que escoge muy bien el que te vayas a llevar.
Leo entusiasmado se puso a buscar el dulce más grande, sin embargo, hubo uno que le llamó más la atención; era un dulce con una envoltura dorada y en forma de lingote de oro. Se acercó, lo tomó y lo observó con detenimiento, al girarlo para ver si tampoco tenía precio, se encontró con una etiqueta en la parte posterior, en ella había escrito una pequeña nota en letras negras y en cursiva: “el que coma este dulce obtendrá riqueza”.
Leo se quedó sorprendido. “Debe ser una broma, o quizás es algo parecido a las galletas de la fortuna chinas”, pensaba mientras sostenía el llamativo dulce. Pero enseguida recordó el nombre de la tienda, sin pensar más, caminó hacia el mostrador y le entregó sus monedas al singular anciano que lo miraba con detenimiento, como queriendo averiguar que dulce escogido Leo.
—Gracias. —Dijo mientras el anciano tomó el dulce para meterlo en una bolsa de papel que tenía en sus manos.—
Antes de que le entregara la bolsa a Leo, el anciano murmuró:
—Ya veo, así que esto es lo que deseas. Bien, pues te diré: estos dulces son mágicos, se cumple el deseo que está escrito detrás del empaque, pero debes seguir las instrucciones que encontrarás dentro de la envoltura, ¡no lo olvides, al pie de la letra! —dijo firmemente y le entregó la bolsa—.
Leo se dirigió a la salida de la tienda muy entusiasmado y con mucha curiosidad por saber las instrucciones mientras el anciano exclamaba con una sonrisa: “¡Que se te cumplan tu deseo!”.
Muy contento Leo, regresó a su casa, subió rápidamente a su cuarto, sacó el dulce de la bolsa de papel, y le quitó la envoltura. La sorpresa que se llevó al ver que efectivamente dentro de la envoltura venía una lista de instrucciones que leyó:
LEER ANTES DE COMER
Para que surta efecto el dulce, deberá seguir al pie de la letra las siguientes instrucciones:
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- Solo consumir en noche de luna llena.
- Consumir a las 00:00 h.
- Mientras se come, cerrar los ojos y repetir mentalmente el deseo tres veces.
- No abrir los ojos hasta que hayas consumido totalmente el dulce
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- Si has seguido al pie de la letra las instrucciones, al amanecer verás cumplido tu deseo.
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- Precaución: Puede tener “consecuencias inesperadas”.
Así pues, Leo esperó que fuera de noche, y como ese día había luna llena, lo comió siguiendo cautelosamente las instrucciones. Al día siguiente, se despertó rodeado de oro y joyas. Pero pronto descubrió que su familia y amigos habían sido olvidados en el proceso. Su casa estaba vacía, y sus padres y hermanos no respondían a sus llamados.
Sin embargo, eso no le importó, era más su ambición y comenzó a gastar y comprar todo lo que siempre había deseado, pronto los pocos amigos que le quedaban se fueron alejando de él, pues Leo ya no era el mismo de antes, el dinero lo había cambiado.
Después de casi un año, Leo cayó en cuenta de que se había quedado solo. Un día despertó desesperado y llorando, Leo regresó al callejón, pero la tienda había desaparecido. Buscó y preguntó por la tienda durante semanas, pero no hubo rastro de ella. Comenzó a darse cuenta de que la riqueza no lo hacía feliz sin la gente que él amaba, pues todos lo habían abandonado.
Un día, después de días de búsqueda desesperada, Leo se encontró con una anciana por el callejón que le dijo:
—Amiguito te veo muy desesperado, seguro que andas buscando la vieja dulcería. —Exclamó la anciana con una risa maliciosa.
—Sí. —Contestó Leo extrañado.— ¿Sabes donde está?
—Claro que sí amiguito. No sabes que día es mañana, es el primer viernes de marzo, mañana ven aquí nuevamente y encontrarás lo que buscas. —Le explicaba la anciana mientras seguía caminando de largo.—
Leo confundido y con esperanzas, regresó ansiosamente al otro día, y cuál fue su sorpresa; la tienda reapareció, Leo entro apresuradamente y vio que el anciano estaba rodeado de otros chicos como él.
—¿Qué deseas ahora, amiguito?, preguntó el anciano con una sonrisa.
Leo pensó en sus seres queridos y en la lección que había aprendido. “Quiero que mi familia y amigos vuelvan a mi vida, quiero mi vida anterior por favor.” Replicaba desesperadamente.
El anciano asintió y le ofreció un dulce diferente. “Este te enseñará el valor de lo que realmente importa”, le dijo.
Leo comió el dulce y al volver a casa, su familia y amigos ya habían regresado a su vida. Aprendió a valorar las relaciones y la felicidad que encontraba en la simplicidad. El resto de su vida, Leo visitó al anciano cada vez que la tienda aparecía, pero no para pedir deseos, sino para aprender y compartir experiencias. Y aunque nunca volvió a probar otro dulce mágico, su vida se llenó de riqueza verdadera, ya que siempre se encontraba con otros chicos que habían vivido algo similar a lo que le pasó, y contaban entusiasmados sus experiencias reflexionando entre ellos y el sabio anciano.
Fecha: 16-10-2025 / 03:33
Ilustración: Generada por Meta AI
Autor: Guillermo Camarena ∴
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