Galileo Galilei

Hacia la segunda mitad del siglo XVI, teología y tradición dominan sobre todas las ciencias, plagadas de juicios erróneos y teorías inexactas. La verdad científica sigue en manos de una Iglesia fanática y oscurantismo, que señala el camino a seguir a los pocos hombres con inquietudes. Se cree fervientemente en Aristóteles y se condena a quien lee a Copérnico.

Es en este clima de incomprensión e intolerancia, cuando la caza de brujas ejercida por los “justos y los buenos” no distingue entre ignorantes y hombres dispuestos ampliar los conocimientos de la humanidad, nace en la ciudad italiana de Pisa, en 1564, Galileo Galilei.

Hijo de un hombre culto y amante de la música, su educación parece encaminarlo al arte, para el cual Galileo posee ciertas aptitudes. Sin embargo, a los quince años se ve obligado a estudiar medicina, circunstancia que revelará su verdadera vocación: Al entrar en contacto con lo poco que se conoce en su tiempo sobre física y astronomía dejará de lado la medicina para dedicarse totalmente a esas dos ciencias.

Estudia a fondo las teorías vigentes en astronomía sobre el puesto de la Tierra como centro del Universo, así como lo relativo a los fenómenos de la mecánica, hasta entonces inexplorada.

Un día, mientras observa las oscilaciones de una lámpara en la catedral de Pisa, su espíritu parece abrirse de pronto a la luz de un problema cuya solución comienza a entrever, Y se entrega con ahínco a la experimentación. Llena su cuarto con toda clase de péndulos y echa mano de todo lo aprendido de sus viejos maestros para ir más allá de lo que le enseñaron. Descubre que el período de las oscilaciones de un péndulo es independiente de su peso, y demuestra que los objetos, sea cual sea su peso, caen con la misma velocidad.

Pero ¿puede permitirse a un jovenzuelo de escasos 19 años que contradiga al gran Aristóteles, cuya ciencia declaró perfecta el mismo Tomás de Aquino? No es de extrañar que Galileo atrajera entonces el enojo de los mediocres, que lo tildaban de hereje.

A los 21 años inventa la balanza hidrostática para la fijación del peso especifico, y pretende establecer ya los fundamentos de la mecánica clásica, al mismo tiempo que se emplea como maestro de matemáticas en la universidad de Padua. Y produce entonces tal vez la más importante de sus creaciones…

Un novedoso telescopio

Telescopio de Galileo, fabricado en 1609. Lentes de apenas una 1,5 pulgadas dentro de tubos de madera pudieron captar por primera vez las manchas solares, los planetas cercanos a La Tierra y nuestro satélite, La Luna. (Fotografía del Museo de historia de la ciencia de Florencia.)

Antes, las exploraciones astronómicas debían hacerse por medio de un aparato rudimentario que reducía las distancias a una tercera parte. Pero eso no es obstáculo para un hombre de recursos como Galileo. ¡Reinventa el telescopio y lo transforma en un instrumento treinta veces más potente! Y vaya si llega a descubrir cosas con él… ¡Cuatro satélites de Júpiter, la composición estelar de la Vía Láctea, las fases de Venus, las manchas solares! Gracias a este último descubrimiento establecerá el período de rotación del Sol.

A continuación observa las fases de Saturno, y del estudio minucioso que hace de Venus revela que ese planeta —y no estrella como se creía antes— gira en torno al Sol, del cual recibe la luz que refleja, como sucede con Marte … y con la propia Tierra.

Pero antes tuvo la osadía de contradecir otra vez a Aristóteles, al afirmar que la Luna carece de luz propia y que en su superficie existen esos cráteres que hoy nos parecen tan familiares.

La labor de Galileo, hombre extraordinario muy superior a su época, no será comprendida por sus contemporáneos. Es atacado sin piedad por su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, donde exhibe la comprobación prenewtoniana de la rotación y de la revolución de la Tierra en torno al Sol. Por otra parte, en su Mensajero Celeste separa tajantemente el cielo religioso del cielo de la ciencia.

Basándose únicamente en la tradición, la Iglesia afirma que el Sol y todos los planetas giran en torno a la Tierra, pero Galileo demuestra científicamente lo contrario. La brecha que ya existía entre el genio y los mediocres se hace más profunda, y en 1633 es acusado de apoyar las teorías de Copérnico y conducido al tribunal de la Inquisición, donde es obligado de rodillas a abjurar de sus creencias y renegar de sus descubrimientos.

El golpe fue rudo, pero su espíritu de luchador sabrá sobreponerse; y protestando entre dientes que a pesar de todo, la Tierra se mueve”, regresa a sus trabajos. Cinco años después publicará sus Discursos relativos a dos nuevas ciencias, síntesis de sus conocimientos de mecánica. Es el primer texto auténtico sobre la materia, y en él se encuentra toda la mecánica elemental, tal como será desarrollada más tarde.

En 1637 queda ciego, pera sigue trabajando hasta el fin en compañía de sus discípulos. Cuando su cuerpo perece, en 1642, quedará en pie su obra revolucionaria, que abrirá las puertas a un nuevo concepto de la ciencia.

“Nunca he conocido a un hombre tan ignorante que no pudiera aprender algo de él.”
– Galileo Galilei


Referencias
  • Revista DUDA, (Julio, 5, 1971). Los mutantes: Un genio frente a la hoguera. Revista DUDA, (1:8)

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