El 3 de septiembre de 1967, un famoso obispo protestante de la ciudad de Los Ángeles, quién había tenido que colgar los hábitos por órdenes superiores, declaró ante las cámaras de televisión de la ciudad de Toronto que estaba en constante comunicación con el espíritu de su hijo.
La historia del obispo Pike – y morir de manera Misteriosa en el desierto, a corta distancia del Mar Muerto-, que pretendía estar en contacto con el más allá en la persona de un hijo único que se suicidó en Nueva York a la edad de 22 años, no ha sido única. Desde los albores de la actual civilización se ha querido invocar a los espíritus, para pedirles favores, para agradecerles algo que hicieron o para saber cómo les iba en el otro mundo.
Han llegado, a lo largo de la historia, miles de mensajes de los difuntos, en circunstancias confusas unas veces y aparentemente lógicas otras, pero no existe hasta el momento absoluta certeza de que pueda confiarse en estas comunicaciones. De haberse probado ya la procedencia Ultra terrenal de tantos mensajes, por medios científico, ¿habría todavía tantos escépticos que no aceptan este fenómeno y lo consideran un perfecto fraude?
En los tiempos anteriores al advenimiento del cristianismo nadie tenía problemas para tratar de consultar con los muertos, con la sola excepción de los judíos, en cuyo Antiguo Testamento se prohibía recurrir a las pitonisas para la comunicación con el más allá. Tampoco la religión cristiana aprobaba las consultas con los antepasados, por muy buenos consejos que pudieran dar. Era Mejor dejar los muertos y sus tumbas, sin molestarlos. Y las cosas siguieron en el mundo occidental por ese camino de respeto a los difuntos hasta que hace siglo tuvo lugar el acontecimiento de Hydesville, que muchos consideraron un milagro y otros tiraron de falsar ridícula.
A mediados del siglo XIX, norteamérica era un país profundamente puritano, donde la palabra ateo no se inventaba todavía. La población pertenece a diferentes sectas derivadas del protestantismo, igualmente fanáticas. Había episcopales, cuaqueros, wesleyanos y metodistas, entre otros, a los que sumarían mormones y adventistas, y ni uno solo dejaba de asistir a la iglesia los domingos y días de fiesta.
Parecen coincidir Las crónicas en que la familia Fox fue a instalarse a fines de 1847 en una vieja casona por el rumbo de Hydesville, estado de Nueva York, cuyo anterior propietario la tuvo que abandonar a causa de unos molestos ruidos que no la dejaban dormir. Pero los ruidos no desaparecieron al llegar pero los ruidos no desaparecieron al llegar Jhon D. Fox, su esposa y sus hijas Margaret y Kate.
La tarde del 11 de diciembre, estas niñas que en unos libros tienen 8 y 6 años de edad, respectivamente, y aparecen en otros con 10 años una y 7 la otra, respectivamente, y aparecen en otros más con 10 una y 7 la otra, conversaban tranquilamente cuando oyeron unos extraños ruidos.
Las dos niñas se asustaron. La madre intervino para tranquilizar las y ordenó bromeando al ser invisible que dice tantos golpes como sumaban las edades de sus dos hijas. Y sonaron 14 golpes -o diecisiete, o veintisiete, según la persona que escribiré a este episodio-, y a esta pregunta siguió otra.
¿Era un hombre quién daba los golpes? No hubo respuesta. ¿Se trataba de un espíritu? Sonó un golpe en toda la casa, que correspondía a una contestación afirmativa. En aquel preciso instante nació el espiritismo, al mismo tiempo que un método práctico para comunicarse con el más allá. Un golpe significaba sí y 2 era una respuesta negativa.
- Doreste, Tomas, (1983), Grandes temas de lo oculto y lo insólito, Barcelona, España, Editorial Océano, S.A.