La corrupción, que es hija del poder, no tardó en hacer su aparición. Unos sacerdotes sin pudor resucitaron los ritos orgiásticos: el Cristo de amor se transformó en Satán y todas las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo fueron parodiadas durante abominables misas negras.
Moloch, Astarté, Baal y otros reaparecieron, y el macho cabrío lúbrico fue el ídolo viviente que las mujeres abrazaban en su frenesí.
Más adelante se intelectualizó el culto de lo innoble: el cuerpo de una mujer desnuda hacía las veces de altar y se consagraba sobre su vientre una hostia inmunda para caricaturizar con obscenidad la Santa Cena de Cristo. Degollaban a un niño, lo cual era un insulto al Hijo que Dios había dado a los humildes mortales como símbolo de su ternura.
Juan X, Juan XI y Juan XIII celebraron la apoteosis del vicio. En el colmo de la impudicia, una prostituta fue consagrada papisa y reinó, esclava de la carne y enemiga de la razón. La existencia de la papisa Juana ha sido muy discutida: hay quienes consideran que no se trata más que de una fábula y otros, en cambio, sostienen que es un hecho histórico. Según parece, Juana era inglesa, reinó con el nombre de Juan VIII y murió a consecuencia de un aborto que le sobrevino en una procesión. Esta versión de la historia parece apoyada por autores dignos de crédito.
B. Sacchi, bibliotecario del Vaticano, habla de este asunto en la obra Historia de la vida de los papas, publicada en 1479, así como Anastasius, capellán del Vaticano y contemporáneo de Juana, en Liber pontificalis. Por otra parte, en el siglo XI Mario Scordone afirmó que una mujer sucedió a León IV, Juana, durante dos años, cinco meses y cuatro días. Godefroy de Viterbe y Énée Piccolimine, que fue papa con el nombre de Pío II, sostuvieron la misma opinión.
No fue hasta el siglo XIV cuando se empezó a tratar de fábula la historia de la papisa Juana, tema que todavía sigue generando controversia en la actualidad. No obstante, existiese o no, su alcance social sigue siendo el mismo, porque tanto la historia como la fábula tienen su origen en la degeneración moral del papado de la época. El papa volvió a poner de moda los cultos lascivos. Indignados, los gnósticos intensificaron su actividad contra el papado maldito.
Muchos de ellos, desafiando la autoridad de Roma, se dirigieron a España para difundir la palabra de amor de quien llamaban Eón-Jesús. Muchos sacerdotes, descorazonados ante tantos escándalos, vieron engrosar sus filas; así fue como el clero se dividió en dos bandos: los que confundían a Dios con Satán y quienes trataban de recuperar la enseñanza apostólica y combatían la obra de san Agustín.
Pero Roma tenía fuerza, y los trató de herejes. Las hogueras de la Inquisición sucedieron a las de Baal. Los albigenses, partidarios de la gnosis, fueron sacrificados; en el año 1017 Orleans se convirtió en el escenario de un doloroso martirio, y el 22 de diciembre de 1022, el día de la fiesta de los Inocentes, en la plaza del Châtelet, en París, por orden de Roberto, llamado el Piadoso, una inmensa hoguera elevó la sangre de los iniciados hacia el cielo.
Los iniciados fueron perseguidos de forma encarnizada y espantosa. Sus bibliotecas, que contenían documentos reveladores sobre el pasado, fueron destruidas; se prohibió toda simbología y la astrología se consideró hija del diablo. Y fue así como la leyenda de Cristo, desnaturalizada, se convirtió en simple reclamo para un paraíso que se podía comprar con algunas oraciones e indulgencias y mucho oro.
- Corvaja, Mirella, (2012), Las ciencias ocultas, La misa negra, Ciudad de México, México, © De Vecchi Ediciones, S. A.