El 21 de junio de cada año, entre las doce cuarenta y cinco y las doce cincuenta y cinco de la tarde, un rayo-de sol cae directamente sobre una espiga dorada incrustada en una loseta que sobresale del resto de la construcción, en la espaciosa nave de la catedral de Chartres. Este rayo de sol, que penetra a través de un minúsculo orificio practicado en el vitral llamado de Saint-Apollinaire, era la única luz natural que entraba en el interior del templo. Porque un obispo medio loco mandó destruir parte de los vitrales que habían sido instalados para dar, así, por medio de la luz filtrada a través de los mismos, cierta atmósfera, ciertos afectos que todavía permanecen en el misterio.
Dice la leyenda que a las personas que entraban a rezar se les recomendaba mirar los vitrales mientras dirigían «sus oraciones a Dios. ¿Por qué? Los hombres comunes y corrientes para quienes fueron hecha esta catedral y este arte, observan asombrados que cuanto más pesada es la piedra menos parece serlo. Es éste un lugar donde el peso, por obra de un arte y una ciencia excepcionales, parece hallar su propia negación. Lo pesado, que clavaba antes sus raíces y su poder en tierra y sobre el mismo hombre, se eleva ahora y lo incorpora como si quisiera llevarlo hacia Dios. Ninguna línea somete al hombre: antes bien, todas tienden a exaltarlo, a liberarlo del «sometimiento y de la mansedumbre, para que cobre conciencia de sí mismo y de sus posibilidades y defectos; para que asuma la misión superior que le fue asignada.
Pero sucede con una obra de arte, por bien realizada que esté y por más hermosa que sea, que si carece de luz adecuada pierde gran parte de su encanto a los ojos del espectador, y deja de obrar el efecto buscado por su creador. De igual modo sucedió con las catedrales góticas: a un despliegue técnico y artístico de tal envergadura debía corresponder una luz que armonizará y diera realce al efecto que se pretendía obtener sobre el creyente.
Y le solución viene a ser los vitrales góticos. Pero lo que a primera vista parece sencillo encierra otro de los grandes enigmas del arte gótico. El vitral aparecerá primero, sin colorear, en las abadías de los monjes cistercienses. Dos siglos antes habrá sido descubierta su elaboración por ciertos misteriosos adeptos persas. El vitral de colores, que puede denominarse ya gótico con entera justicia, como si tuviera también su origen en los documentos llevados por los Templarios a la Orden del Cister, aparece al mismo tiempo que la arquitectura gótica.
Sin que haya podido explicar se su composición, el vitral gótico es notable tanto por su colorido como por cierta calidad imposible de analizar, por ese color y ese vidrio que no reacciona a la luz como un vidrio ordinario. Se comporta como una piedra preciosa, que, al no dejar pasar la luz, se torna al mismo tiempo luminosa. Incluso bajo la sección directa e inclemente del sol, el vitral no proyecta su color, sino una difusa claridad. Y el que esta luz sea suave o fuerte no parece afectar al vitral, que resplandece sin perder por ello su intensidad, lo mismo en la penumbra del crepúsculo que a pleno día.
Ahora bien, como si estas particularidades por demás curiosas bastaran, es bueno saber que, en esta época de técnica tan avanzada, cuando los viajes al espacio son cosa de casi todos los días y se cuentan con los mejores métodos de análisis, no se ha logrado analizar químicamente estos vitrales, y mucho menos reproducirlos. De todo lo cual parece deducirse una evidencia: quienes construyeron las catedrales, así como sus correspondientes vitrales, ni remotamente pueden ser tomados como aprendices o como alquimistas aficionados. Fueron seres poseedores de un saber inconmensurable, que se ocultó a la posteridad no se sabe por qué oscuras razones.
Pero hay algo más acerca de las propiedades de estos vitrales: las propiedades de estos vitrales: la luz, como todos sabemos, es causada por dos elementos: vibraciones luminosas y partículas de energía. Las partículas de energía solar son penetrantes. y en cierto modo peligrosas para la vida humana (nuestro cuerpo se defiende de ellas en parte, gracias, a los pigmentos de la piel). En la antigüedad, su acción impedía cualquier experimento de carácter alquímico, así como toda actividad de tipo iniciático, por la cual estos debían de realizarse de noche o en la obscuridad. En fecha más reciente se comprobó que ciertas experiencias químicas no pueden efectuarse a la luz del día, porque los rayos solares destruyen o alteran sus elementos.
Lo desconcertante es que esto que nos resulta tan familiar parecían conocerlo quienes construyeron los vitrales góticos ¡hace ya más de 700 años! ¿Acaso resulta imposible creer que un vidrio de tan extrañas propiedades cumpliera las funciones de filtro, y que al dejar pasar la luz retiene al mismo tiempo las partículas de energía nocivas al hombre?
A fin de cuentas, nada sabemos sobre las verdaderas intenciones de sus fabricantes. Pero eso importa menos: lo inquietante, aquello que nos hace desconfiar de lo conocido y hace tambalear nuestros moldes mentales, sucedió en Francia al mismo tiempo, y a la misma hora casi.
La arquitectura y los vitrales góticos, elementos inseparables, no sólo aparecieron casi al unísono, en los inicios del siglo XIII. También ambos dejaron de construirse al mismo tiempo, en todos los rincones de Francia, inexplicablemente, sin que sus artífices dejaran el menor rastro.
- Revista DUDA, (Mayo 5, 1971). El enigma de los vitrales. Revista DUDA, (1:5)