En la noche del 10 de noviembre de 1950, Edward Latham, un pastor que vivía en la región inglesa de Somerset, se despertó con los furiosos ladridos de los perros. Se levantó y salló de su cabaña. Todo parecía tranquilo bajo un hermoso cielo estrellado. Se volvió a acostar, pero de nuevo lo despertaron los perros. Como ya clareaba, Latham se vistió dispuesto a iniciar las tareas del día.
Pero cuál no sería su sorpresa cuando a menos de cincuenta metros de su cabaña halló muerto en el suelo un cordero que tenía una espantosa cortada en el cuello, como si lo hubieran golpeado con un instrumento cortante. A su lado halló un bloque de hielo hundido en el suelo. El pastor lo desprendió y bajó con él al pueblo cercano para pesarlo entes de presentar una’ denuncia ante la policía. ¡El bloque pesaba siete kilos!
Declaró más tarde: “Parecía que lo hubiese matado el rayo, o alguien de un hachazo. En los campos cercanos, y hasta en el camino al pueblo encontré otros pedazos de hielo transparente y duro, grandes como un balón de futbol o más. ¡Nunca he visto nada parecido!”
El ministerio del Aire prometió hacer una investigación. Quince días más tarde, cerca de Londres, en otra hermosa noche estrellada cayó un bloque de hielo de más doscientos kilos, como si fuera una bomba de hielo, sobre un garaje por el rumbo de Wandsworth. Atravesó el techo y aplastó un automóvil que habían dejado para reparar. El velador llamó asustado la policía, persuadido de que acababa de caer una bomba… Nunca se supo explicar el misterio.
- Revista DUDA, (Marzo 10, 1971). Las bombas de hielo, Revista DUDA, 1:(1)