Una de las desapariciones más extrañas de que se tenga noticias fue la del diplomático británico Benjamin Bathurst, que fue embajador en la corte de Viena. En camino para Londres, a donde había sido llamado por sus superiores, desapareció ante las propias barbas de su secretario, de su valet y de doce persones más, el 25 de noviembre de 1809.
Llegó a mediodía a Perleburg, pueblo alemán, y bajó del carruaje para estirar las piernas mientras cambiaban de caballos. Rodeó a los palafreneros encargados de los caballos, pasó por detrás de tos caballos… y desapareció. A su espalda sólo había un elevado muro, sin ninguna puerta. Pasado el primer momento de estupor, todos salieron en su busca, y registraron el interior del carruaje, hasta debajo del asiento.
Más tarde se recurrió a las autoridades, y hasta al ejército. Pero el embajador parecía haber pasado a otra dimensión, y nadie lo volvió a ver.
- Revista DUDA, (Mayo, 1971). Los testimonios de lo insolito. Revista DUDA, (1:6)