Chartres: ¿catedrales construidas por alquimistas?

A principios del siglo XII, la situación política, cultural y económica del mundo occidental no podía ser más desastrosa. En tales condiciones, lo menos que se podía pensar era en un cambio, en un movimiento que en lo religioso (que era donde solían centrarse la mayoría de las actividades) significara un avance notable, sorprendente. Y, sin embargo, en esta época de oscurantismo y de miseria es precisamente donde veremos surgir el fenómeno arquitectónico más inquietante y sublime en la historia del arte religioso: el Arte Gótico.

Dos escuelas (la bizantina y la románica) dominan entonces en las construcciones religiosas. Son dos estilos que han alcanzado la perfección a través de tanteos, de modificaciones y cambios graduales. Todo eso exigió tiempo, dedicación y estudio, mucho estudio.

Pero de pronto, sin ningún antecedente, sin ningún tanteo previo que lo anuncie, aparece el arte gótico hacia el año de 1130. Llega, caso insólito, como un arte hecho, perfeccionado ya, y de la noche a la mañana, por decirlo así, esparce por todo el Occidente una serie de catedrales inquietantes, asombrosas, que no sólo trastornan el aspecto estético del arte religioso de la época, sino que aportan una serie de conocimientos y una técnica extraordinariamente superior a su tiempo.

En efecto, una de las características más notables de estas catedrales es su estructura general: que deja a un lado la pesadez del románico, y parece impulsar el edificio hacia los cielos mediante complicadas innovaciones en la resistencia de muros y materiales, al tiempo que estilizan y agudizan les torres. No obstante ser más pesadas (en Chartres se encuentra la bóveda más ancha y alta conocida), estas catedrales por obra de la gran sabiduría que las ha concebido, parecen perder peso, despojarse de sus ataduras materiales, y lanzarse como agudas flechas hacia el cielo, llevando con ellas a los hombres. En esta pérdida de la gravidez, hasta las figuras de santos parecen Integrarse al edificio, proyectándose hacia Dios como si formaran un conjunto. Por otra parte, la ojiva, otras de las grandes innovaciones, logra el efecto instantáneo de poner de pie al hombre que penetra en el recinto, y de enderezarlo como si lo preparara desde la entrada hacia una fase superior. Se eliminó el nártex, especie de sala de recogimiento y purificación de las Iglesias románicas, en la que debía permanecerse antes de entrar en comunicación con la divinidad.

La ojiva, de efecto tan particular, está construida sobre la tradicional representación del hombre dentro de la estrella de cinco puntas, y lo Integra simbólicamente a la armonía general del edificio. Como dato curioso, la medida empleada en la construcción de la catedral de Chartres representa la cienmilésima parte del grado del paralelo de Chartres, y esa misma medida puede ser hallada en Reims y en Amiens, famosas también por sus catedrales góticas. Esto nos lleva a preguntar si los constructores de estas catedrales conocían a tal punto el globo terrestre que para erigir el edificio pudieron escoger la medida más idónea, que vinculara la armonía de éste con la del lugar escogido por los constructores…

¿Y quiénes eran esos anónimos constructores? Porque el hecho es que ninguna firma, ningún dato: sobre su personalidad, se encuentran en las catedrales. Nada que pueda darnos una idea de quiénes levantaron tales portentos, y, sobre todo, nada que pueda decirnos dónde adquirieron un saber tan vasto, o quién les transmitió algo que en pocos años iba a cambiar el sentido total de la arquitectura religiosa.

Entre las curiosidades de la catedral de Chartres está el hecho de que, a pesar de sus 700 años de existencia y de haber pasado por un incendio devastador, no parece que haya sufrido el paso del tiempo. No ha tenido que ser apuntalada ni restaurada. Obviamente, quienes la construyeron eran maestros y no aprendices ni audaces experimentadores. Si Europa estaba dominada entonces por la ignorancia y la superstición, ¿cómo se logró concebir tan de improviso los planes de las catedrales? ¿Quién enseñó al maestro de obras encargado de su construcción? ¿Y quién dio la orden de iniciar los trabajos? ¿Dónde se encontró la mano de obra maestra —no de aprendices— que los efectuó?

Ahora bien, una vez conseguida la técnica y contratados los albañiles, ¿con qué dinero pagarlo todo? La catedral de Chartres se construyó en 26 años ininterrumpidos, lo cual plantea otro misterio: esta catedral, y cualquier otro monumento de este tipo, se han visto siempre detenidos por el fuerte desembolso que significa una obra de tal magnitud. La población de Chartres era pobre, y las donaciones que dieran los mejor intencionados, ridículas. Colectas, impuestos y peregrinos, de ningún modo pudieron reunir la cifra requerida, ¿Quiénes ayudaron entonces, con sus aportaciones económicas? No queda más remedio que pensar que alguien que poseía los medios y el saber dio la orden y el impulso para sostener las obras.

Pero, ¿quién fue ese ser misterioso? Es interesante aclarar que el Gran Maestre de los Templarios poseía el abacus, o sea el bastón de los magisters de constructores. Y es también significativo que fue a la llegada de los Templarios procedentes de Tierra Santa cuando aparecieron las primeras catedrales góticas.

Por último, la catedral gótica viene a ser algo así como un atanor, es decir, un hornillo que atrae las corrientes telúricas de las capas más profundas de la tierra, y las hace pasar a través del hombre, puesto de pie, hacia el cosmos, en un deseo de llegar a Dios. Se produce así un acto eminentemente alquímico, pero no de trasmutación de metales, sino de hombres.